Si por algo es conocida Irlanda, es por sus costas escarpadas y llenas de acantilados. Los más populares son, sin duda, los de Moher en el Bajo Shannon pero todo el litoral está plagado y muchos se pueden visitar.
En nuestro camino hacia Donegal y tras dejar atrás Glenveah, decidimos parar en los acantilados de Slieve League, que no son tan famosos como los de Moher pero son de los más altos de Europa. Visitarlos al atardecer, cuando las rocas se tiñen de colores rojizos y ocres, es todo un espectáculo.
Antes de llegar a los acantilados hay un pequeño aparcamiento donde hay que dejar el coche ya que el resto se recorre andando. El camino es de unos 2 kilómetros y está bastante bien acondicionado, aunque es bastante empinado y serpenteante. Los compañeros de sendero serán el océano Atlántico y ovejas montesas. Y eso siempre es un plus.
Subir este primer tramo del recorrido es un poco duro, pero merece la pena en cuanto llegas al primer mirador, el Bunglass point y te encuentras con estas vistas y estos colores:
Es posible subir un poco más y disfrutar mejor de las vistas. El camino sigue en forma de sendero pedregoso hasta llegar al segundo mirador, Slieve League Viewing Platform.
Aunque parezca que las vistas desde arriba no van a poder mejorar las de abajo, creedme que las mejora con creces porque no sólo ves los acantilados, sino que puedes ver los 360 grados de maravilloso paisaje. Con la magia del atardecer, se convierte en un recuerdo inolvidable.
Para los más aventuremos, el sendero sigue y estoy convencida de que debe ser un recorrido espectacular, pero había que dedicarle unas horas que no teníamos.
Lo más soreprendete de la visita a Slieve League fue encontrarnos con un lugar al que aún no ha llegado la masificación del turismo. Quizás porque no son tan accesibles y hay que dedicarle bastante tiempo a la visita.
Sin duda, ha sido una de las estrellas del viaje. Es muy especial poder disfrutar sin aglomeraciones de un entorno tan bello y salvaje.